El marzo pasado, cuando el Bitcoin apenas rozó el techo de los 73.000 dólares, un influencer nacido en los 90 soltó una frase contundente en su streaming: "Cuando hasta mi madre me pregunte cómo comprar criptos, es que este bull run está a punto de acabarse".

En ese momento, el tipo, con 300.000 seguidores, se jugaba todo en todo tipo de shitcoins, y su saldo llegó a alcanzar los 25 millones. La sección de comentarios estaba llena de efectos de cohetes, él se sentía por las nubes y proclamó en directo: "Si llego a 100 millones, hago un streaming corriendo desnudo".

En abril, en cuanto volaron los misiles en Oriente Medio, el Bitcoin se desplomó un 20% en cuestión de segundos. ¿Y esas memecoins? Se evaporaron al instante. Los 25 millones se redujeron a 90.000 en tres minutos. Literalmente, en un abrir y cerrar de ojos.

Esa misma noche cortó el streaming, publicó un mensaje de despedida en una cuenta secundaria y sus amigos tuvieron que bajarle del tejado. Cuando se despertó, debía cuatro millones a la plataforma. Ahora ha vuelto a su pueblo y reparte comida a domicilio, haciendo 300 entregas diarias a destajo. Lo irónico es que su casco aún lleva aquella pegatina de "to the moon".

Luego, cuando le preguntaron cómo lo veía, respondió: "Lo más gracioso es que tú vas diciendo que vas a llevar a todos a la luna, pero al final el que se queda vacío eres tú".

Este año el mercado ha vuelto a despegar y en los directos sigue habiendo gente animando a hacer all in. Él se quita el casco, se seca el sudor y suelta una maldición.

Los que de verdad se han curtido en este mundillo nunca te animarán a subirte al carro; como mucho, te recordarán que prepares primero la salida. El apalancamiento, cuando va bien, es como un cohete; cuando explota, no queda ni rastro.