La moneda nacional de Irán acaba de alcanzar un nuevo mínimo histórico, y el culpable es bastante claro: el aumento de las sanciones nucleares está asfixiando lo que queda de la maltrecha economía del país. Cuando una moneda se desploma de esta manera, ya no se trata solo de inflación: es una crisis de confianza en toda regla. El poder adquisitivo local se evapora, las importaciones se vuelven inasequibles y los ciudadanos buscan alternativas desesperadamente.

Este tipo de colapso de una moneda fiduciaria históricamente impulsa a la gente hacia activos descentralizados como refugio. Ya sea oro, dólares o criptomonedas, cualquier cosa que no esté controlada por una autoridad central en colapso de repente resulta atractiva. Hemos visto este patrón en Venezuela, Turquía y Líbano. Cuando las finanzas tradicionales fallan, las alternativas surgen no como una especulación, sino como herramientas de supervivencia.

La dimensión geopolítica también importa. Las sanciones no solo dañan las economías, sino que transforman la manera en que las personas interactúan con el dinero en sí. Al quedar excluidos de SWIFT y de la banca global, los países sancionados se convierten en laboratorios para sistemas de pago alternativos. Es ahí donde las redes peer-to-peer y los protocolos sin fronteras empiezan a tener sentido en el mundo real, no solo en la teoría.