Hace dos años, todo el mundo decía: “Quien controle los grandes modelos, controlará el futuro”. ¿Y ahora? Los modelos florecen por todas partes, pero los verdaderos cuellos de botella están en esas tareas poco atractivas y laboriosas: ¿de dónde viene el dato?, ¿cómo se consigue la potencia de cálculo?, ¿la demanda será sostenible? Solo quienes logren resolver estos tres problemas están realmente cualificados para seguir jugando en este campo. Protocolos como KITE, en el fondo, están compitiendo por conseguir el billete de entrada a la segunda mitad de la carrera de la IA.

Todos conocemos la jugada tradicional: tú aportas datos gratis, la plataforma los utiliza para vender publicidad o cobrar suscripciones, y tú no ves ni un céntimo. Esta lógica lleva funcionando veinte años en el Web2, y los usuarios hace tiempo que se resignaron a “ser explotados sin rechistar”. Pero en la blockchain las reglas son distintas.

KITE descompone toda la cadena de producción de datos en partes muy detalladas: quienes recopilan los datos brutos, quienes los limpian y etiquetan, quienes aportan potencia de cálculo, quienes desarrollan modelos, quienes crean aplicaciones... Cada eslabón puede recibir su recompensa correspondiente a través de contratos inteligentes. A primera vista, parece complicar lo que era sencillo, pero si lo piensas bien: cuando la industria de la IA entre en una fase de competencia por el mercado existente, quien logre atraer a los colaboradores más fiables mediante un sistema de reparto más afinado, será quien consiga los datos de mejor calidad.

Visto desde otro ángulo: si tienes en tus manos un conjunto de datos valiosos en un sector vertical, ¿se los entregarías a una plataforma donde “no queda claro cómo se reparte el dinero y además no tienes voz ni voto”? Evidentemente, no. El token de KITE sirve tanto como herramienta de pago como para votar y participar en la gobernanza; esta doble función, en esencia, ofrece a los participantes unas expectativas a largo plazo: no eres solo un trabajador, puedes llegar a ser parte de quienes establecen las reglas.