A lo largo de la historia, la inflación ha funcionado como un impuesto oculto, que opera justo por debajo de la conciencia pública. Eso es precisamente lo que la hace efectiva. La gente no lo siente directamente en sus bolsillos, por lo que los gobiernos obtienen cobertura para desviar la culpa a otros lugares. ¿Suben las tasas de interés? ¿Disrupciones en la cadena de suministro? ¿Codicia corporativa? Claro, pero aquí está la cuestión: la mayoría de ello se remonta a una sola fuente: el gasto gubernamental. Cuando los bancos centrales inundan la economía con moneda mientras los presupuestos fiscales se disparan, el poder adquisitivo de los ahorros de todos se erosiona silenciosamente. Es el truco más antiguo del libro: devaluar la moneda sin declararlo oficialmente.