Desperté de la siesta, con energía renovada, la luz del sol entraba por la ventana y se posaba sobre el escritorio, como una fina capa de polvo dorado, y el aire aún conservaba un poco de la tranquilidad característica de la tarde. Después de apagar la alarma, me quedé unos minutos más en la cama, y al recuperar la conciencia, me di cuenta de que había soñado que enseñaba a un gato a usar el teclado. Escribía bastante rápido, pero siempre le gustaba usar sus patas para presionar la barra espaciadora, dejando el documento lleno de líneas en blanco.
Después de despertar riendo, decidí no dormir
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